Qué cómico suena "..ya rindieron la PSU", porque yo diría "..la PSU ya los rindió".
Se acumula ese séquito de sensaciones pacientes que aguardaron, cada noche, la llegada de esa catarsis masiva que significaría el inmundo papel que debíamos responder.
Esperaron, dándole canciones de cuna a cada neurona que se acercaba a preguntar qué hacían allí.
Llegó el día, terminamos el facsímil de Historia y Ciencias Sociales. Metro San José de la Estrella, mis manos condicionadas a rellenar celdillas, cedían, y tiritaban.
Tiritaban, y mis ojos se humedecían lentamente y mis pulmones se expandían en un bostezo eterno.
Mi corazón esperaba algo que quizás estaba predefinido.
Las pupilas incesantes buscaban en la suciedad del suelo, las migas de una paz tantas veces pensada. No aparecías paz, te busqué, dejé de buscar, olvidé, y no apareciste.
Te necesité y no apareciste.
Y esta maldita muchedumbre de sentimientos, penetraban como una daga en la carne, de forma lenta e incapaz de derramar sangre.
La punta tallada perfectamente, fue el atisbo que dilataba los músculos, y asfixiaba la tráquea en su labor de exhalar.
Cada segundo que moría, era un cadáver frío que me obligaba a recoger las extremidades, y respirar con falsa monotonía. Cada segundo, me convertía en una sombra más minúscula después de cada mirada curiosa.
Ahora recuerdo, y esta pena inexorable automatiza mis palabras haciendolas caer en la normalidad.
Me asusta este paro indefinido en que se sometieron mis pasiones, ese tiempo detenido en el que se encuentran todas las cosas ajenas a la razón.
Cuán triste es un cielo empañado de lágrimas, y cuán vacío se vuelve un corazón sin esperanza, un corazón en quiebra, que alguna vez poseyó anhelos y canciones que hacían suspirar de amor.
Me estoy pudriendo sin querer. Estoy secando en este verano interminable, todas las experiencias terribles que alguna vez me hicieron temer.
Pero al igual que el cáncer, no sólo puedo destruir lo que hace mal, siempre se necesita un sacrificio para obtener un poco de tranquilidad. Y ya ofrecí mi humanidad errante y mi amor flagelante, simplemente, para no cansar a este viejo sangriento, que se queja de cada costra que me empeñé en sacar.
Perdón si ya herí a otro compañero de guerra, quizás más dañado que yo, que sin querer quise acoger entre mis brazos y ahora me doy cuenta, que cada trozo que abracé significa dolor ahora que me estoy separando.
Tengo miedo, y no como Shakespeare teme, sino como yo, un ser demasiado humano teme, al saber que daña con la mirada, con los besos y con su absurda disposición.
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